los de siempre,
los descalzos,
los niños viejos del churrete
en la mejilla,
Los “andrajos” que no tienen
su cuentita en Las Barbados,
los de siempre,
de mirada cansada,
juguetes inválidos
que sirven no más que de basura
para el monstruo grande
de colmillos feroces
y olvido presente,
los tristes,
los de siempre,
los que nada poseen,
los que nada pueden,
los Nadie,
siempre sufren los mismos,
los de siempre,
los que por no tener
no tienen ni manteles
en los que poner la mesa,
en los que entretenerse
con las estrictas migajas que les quedan,
los innecesarios,
los que han sido marcados dos veces
por la furia del destino,
los que no perecen ni mueren
porque tan siquiera existen,
siempre son los mismos,
los de siempre,
los chiquillos de la guerra,
los que por no poder no pueden
ni amarrarse los cordones,
los de siempre,
los padres sin respuestas,
las madres sin consuelo,
los molestos misereres
que van descuadrando los números,
los de siempre,
los humillados, desahuciados, solos
vagabundos de la nieve,
los mismos,
los de siempre,
que se van
y se vienen
con su casa sobre la espalda,
los callados, los silenciados
que se duermen
con el alma entre los dientes,
los de siempre,
los que portan dolorosa
su herida penitente
en la suela de un zapato roto,
las barrigas ciegas que no obtienen
resuello ni acomodo
en “el pan suyo de cada día”,
los de siempre,
los que no son,
los que no existen,
los mismos que lloran siempre,
los de siempre.
Juan Antonio González Molina
(Vaya dedicado este poema a los parias de la tierra en general, y muy particularmente hoy, a los que han perdido su casa, su gente o su propia vida en el terremoto que ha asolado Haití, que de antes ya estaba terriblemente asediada por la pobreza. Por ellos, para ellos, porque siempre son los mismos los que sufren las inclemencias del capitalismo y en este caso, de la naturaleza. Porque un día alzarán sus voces y el mundo temblará de miedo y de vergüenza)
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