José Moreno Salazar sobrevivió a la guerra de 1936, a la guerrilla antifranquista, a Los Jubiles y al franquismo y murió, a los 83 años, en democracia sin variar su concepción del ideal libertario
PUEDE que en la Andalucía de 1923 existieran ginecólogos, pero Emilia Salazar Coca nunca supo de ellos; ni aquel 12 de diciembre en que parió al tercero de sus hijos, ni al venir al mundo los siete restantes. Al pequeño José lo recibió la vecina, o como mucho la partera, en una humilde casa de la calle Cerezo de Bujalance. No trajo ese pan bajo el brazo que aseguran las gentes del sur, pero sí esperanzas de mejora. Su padre, Antonio Moreno Martínez, entró de carrillero en el molino de Los Porras, cuando él tenía dos años, y Emilia, dejaría el trabajo de jornalera por el de casera, además de tener vivienda y agua gratis.
Aquel niño dice en sus memorias (El guerrillero que no pudo bailar, 2008) que sus padres consiguieron el trabajo gracias a una tía de su madre, "querida del dueño del molino, don Diego, y de la hija de ésta, Anita, una muchacha muy hermosa que se entiende con el hijo del señorito". A ambas le habían "puesto casa pared con pared" para tenerlas cerca porque "así son las cosas". Y porque la vida también era así, de los nueve hijos de Emilia y Antonio sólo siete lograron sobrevivir y alguno ir a la escuela. José tuvo esa "fortuna" durante algunos meses y fue compañero de un hijo de don Diego. Los juguetes, las meriendas y la vida en casa del señorito despertaron en él la primera rebeldía frente a la desigualdad. Esa circunstancia, los ideales de su padre y sus visitas al sindicato o al Ateneo Libertario lo encauzan desde niño hacia su firme convicción anarquista.
Tras el golpe de estado del 36, trabaja de jornalero para las colectividades republicanas, al mando del Comité Revolucionario liderado por el libertario Francisco Rodríguez, hasta la entrada de los rebeldes, en que la familia vive la evacuación hacia Villa del Río en medio de un terrible bombardeo. De allí van ascendiendo hacia Marmolejo, Andújar y, finalmente, Bailén, con alguna visita al frente de Pozoblanco donde combatió su hermano Antonio.
"Cautivo y desarmado el ejército rojo" la familia al completo regresa a Bujalance desde Bailén. Dos primos del bando golpista le procuran salvoconductos. "Otra vez en caravana de mendigos" - cuenta- junto a varias familias que, como la suya, callan "cuando, al pasar por aldeas y pueblos, la gente escupe y grita ¡rojos!". Acampan junto a su antigua casa, ocupada por una familia falangista de Morón que acaba por marchase con todos los enseres de los Moreno. Después encierran al padre y el adolescente de dieciséis años tomará las riendas. La guerra, instalados en cortijos, trabajando y sobreviviendo en el campo, había sido su escuela.
Una noche tropieza con un grupo de guerrilleros y se convierte en su "ángel de la noche" (enlace en el argot del Maquis) y, aunque prepara encuentros, entrega mensajes o reparte dinero y comida, son muchas las noches en que su familia se acuesta sin cenar. En contacto también con el grupo de los míticos Jubiles, liderados por Francisco Rodríguez, es delatado, apaleado y apresado. Ya en libertad, sufre un acoso constante y hace suya la frase que acuñara La Pasionaria y luego los guerrilleros de Sierra Maestra: "Más vale vivir de pie que morir de rodillas". Lo había decidido; y cuando la Guardia Civil fue a buscarlo aquel día lluvioso, el "ángel de la noche" se tiró a la sierra. Era un 17 de diciembre de 1942. Tenía 19 años; durante dos más, junto a Los Jubiles, vive emboscadas, largas caminatas, cambios de campamentos y traiciones de infiltrados, como el Abisinio, el supuesto carbonero que acabó propiciando una auténtica sangría en Montoro, entre los miembros de la partida de Los Jubiles.
Deseó la muerte antes y después de ser torturado y apresado en Córdoba; pero pudo más la vida y en busca de ella escapó, entre un grupo de albañiles, de la prisión de Fátima. Volvió a la sierra y llegó a Madrid. Un 23 de diciembre de 1944, con salvoconductos falsos, encuentra trabajo y un sueldo tan escaso que enferma de desnutrición. No tiene para la pensión y una comida diaria.
Luego llegó Victoria Márquez, el estraperlo, el trabajo a destajo en Gerona o Sueca y, en 1951, el nacimiento de la primera hija que no llevará sus apellidos. El guerrillero de Bujalance se llama ya Antonio Pérez Sánchez, natural de Alhaurín (Málaga) y es corredor de seguros en Cuenca.
En febrero del 1981, apoyado por Virgilio Zapatero, recuperó su verdadero nombre y los apellidos que sus hijos optaron por no tomar; participó en cuantos actos le invitaron sin variar un ápice el discurso que aprendió de niño en el Ateneo Libertario de Bujalance. Murió el 1 de septiembre de 2007, a los ochenta y tres años. Pero fue Victoriano Camas Baena y la editorial Silente de Memoria Histórica, allá en Guadalajara, quienes editaron las memorias de este andaluz. En ellas dejó escrito que, de su larga vida, sólo lamentaba no saber bailar: "No bastan homenajes, reconocimientos, libros, investigaciones o exposiciones. Esas cosas están muy bien, pero no dan de comer ni pagan la hipoteca, la luz, las medicinas, las mínimas necesidades de un viejo machacado… ¿Alguien pude decirme qué hay de mi pensión?".
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