miércoles, 27 de enero de 2010

Este 2010 se cumplen 100 años del nacimiento de uno de los grandes poetas españoles del siglo XX, Miguel Hernández.


Nacido en Orihuela, el 30 de octubre de 1910, de una familia humilde, pasó su niñez encargándose del cuidado de un hato de cabras, de las que su padre era contratante. Su vida deriva, pues, de pastor a escritor y a víctima de los sucesos políticos que ensombrecieron la historia de España en los últimos años de la década del treinta. No murió asesinado como Lorca, sino víctima de una crisis galopante , pero poco antes, al terminar la guerra española había sido detenido, juzgado y condenado a muerte, aunque se le conmutó la pena capital por treinta años de prisión. Comenzó, entonces, a vivir “haciendo turismo” por diversas cárceles de España, como él decía jocosamente, hasta su muerte el 28 de marzo de 1942, cuando tenía 31 años de edad.


Educado por los Jesuitas, lector incansable de los autores clásicos, publicó sus primeros versos en la revista “El Gallo Crisis” fundada por Ramón Sijé.

Llegó a conquistar Madrid en 1931, y entró en contacto con los grandes escritores de la Generación del 27, que al celebrar el tercer centenario de la muerte de Góngora habían suscitado un neogongorismo en las letras españolas, y cultivado diversas tendencias de vanguardismo.

Precisamente, Dámaso Alonso lo considera “genial epígono” de dicho grupo. Algunos han encontrado reparos a dicha afirmación. Pero, si bien es cierto, que cuando Miguel llega a Madrid, los escritores del 27 eran ya famosos, y bastante mayores que él, no es menos cierto que en su primer libro “Perito en lunas”, se respira todo el aire barroco, y el clima propio de esos años en que no solamente se homenajeó a Góngora, sino también se dejó sentir la influencia de su estilo.

Da la impresión de que ello fue circunstancial en la poesía de Hernández, como también lo fue en otros poetas de ese tiempo.

El autodidacta, incansable lector de los clásicos, desprendido del barroquismo imperante, que él mismo había cultivado en su primer poemario, dio a conocer en 1936 sus versos más logrados, que componen “El rayo que no cesa”, colección de sonetos amorosos, inspirados en el amor que sintió por Josefina Manresa, y una famosa “Elegía a Ramón Sijé”, el amigo muerto en la Nochebuena de 1935. Son sonetos de rigurosa calidad técnica.

En los años siguientes aparecen sus obras comprometidas, de sentido social y revolucionario, inspiradas en los problemas sociales y en la crueldad de la guerra: “Viento del pueblo” (1937), “El hombre acecha” (1939), y ya terminada la contienda y el poeta en prisión, “Cancionero y romancero de ausencias”.

Y en esta totalidad de poesía amorosa y comprometida, es donde se encuentra totalmente acertada, en forma contundente, aquella afirmación de Marie Chevalier, que denomina a Hernández “don Quijote del amor”. Porque el famoso Hidalgo no solo luchó por amor a su dama. Estaba “enfermo” de amor a la humanidad, por solidario, por protector de los desamparados, por “desfacedor” de afrentas e injusticias. Y nuestro poeta, asaeteado por el amor a una mujer en “El rayo que no cesa”, se hace pueblo con el pueblo que sufre la opresión, la injusticia, la pérdida de su libertad, el dolor, la muerte, en estos últimos libros.

“La humanidad no tendrá tantas ocasiones en disponer, para conocer el dolor humano, de un testigo de vista, como Miguel Hernández”, ha dicho Arturo Serrano Plaja.

Y Leopoldo de Luis “ Si la poesía social tuviera que ser reducida a un solo nombre por su autenticidad, tendríamos que limitarnos a escribir: Miguel Hernández”.

Si convirtiéramos la obra de Miguel Hernández en hebras de distintos colores, de acuerdo a las influencias recibidas, tendríamos un tejido multicolor: los grande clásicos castellanos, desde Garcilaso, Lope y Quevedo hasta Aleixandre, Lorca y Machado, y los latinoamericanos Neruda y Vallejo, por ejemplo. Pero todo sobre un fondo netamente personal, único, original.

“Miguel se incorpora toda inicial influencia con tal asumidora personalidad que queda su poesía triunfante y novísima, su metal de voz hirviente y sonoroso, su ritmo propio y restallante, campeando en el suelo de la mejor poesía española”, escribió Gerardo Diego.

Y aunque el mismo Hernández, refiriéndose a las bibliotecas dijo alguna vez con tono pesimista:

“Ya sé que en estos sitios tiritará mañana

mi corazón helado

en varios tomos”

creemos que en este año centenario de su nacimiento, su figura y su mensaje mostrarán lo permanente de su vigencia. Porque, como sentenció Aurora de Albornoz: “La vigencia de Miguel no se limita a un período histórico ni a un solo país….Su voz de rebeldía y esperanza es para todos los hombres”.

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