Lo siento, no aguanto más. Estoy cansado, hastiado, aburrido, indignado, vamos, lo que mayormente se conoce como estar hasta los huevos. Hasta los huevos de visitar cada día las páginas de los principales medios de comunicación y tener que encontrarme con alguna nueva polémica relacionada con la Iglesia Católica. Cansado de que una institución arcaica, reaccionaria y anclada en la Europa Medieval siga teniendo un espacio público que ni por méritos históricos ni por presencia presente les pertenece. Cansado de que un grupo de fanáticos ultramontanos sigan teniendo un espacio mediático donde poder seguir atormentando a la población con sus cavernícolas ideas. Cansado de que un grupo de burgueses vestidos con sotanas sigan creyéndose con algún derecho para dar lecciones de moral a nadie, cuando precisamente si de algo ha carecido la curia Vaticana a lo largo de toda su historia es de moralidad.
Que si el aborto por aquí, que si la eutanasia por allí, que si las células madre, los condones o las píldoras pos-coitales por allá, que si los matrimonios homosexuales por acá, que si el divorcio, la abstinencia sexual o la masturbación por el otro lado. Que si manifestaciones pro-vida, que si foros de la Familia, que si educación para la ciudadanía. En fin, un peñazo de padre y muy señor mío (nunca mejor dicho). ¡Basta ya, por Dios!, ¡Basta ya! Que se metan su Iglesia por donde les quepa, que nos dejen en paz de una vez. Que se vayan todos a una isla y se hundan en ella, si quieren. Me da lo mismo. Pero que se callen de una vez. No los aguanto más.
A ver si se enteran: en mi vida mando yo, me someteré si quiero (y si no, no) a las leyes establecidas por los hombres en esto que llaman Estado de derecho, pero las leyes de Dios me las paso por el Arco del Triunfo. Si Dios hubiese escrito la Carta de los Derechos Humanos en lugar de las tablas de la ley, igual a día de hoy la cosa sería distinta. Pero no, escogieron un Dios que se mete en todo, que te dice como tienes que vivir, como tienes que morir, como tienes que follar y hasta como tienes que hacer de vientre. No es un Dios, es un Tirano. Un Dios que bendice dictadores y condena revolucionarios que viven y mueren por amor al hombre. Un Dios que permitió que su nombre se extendiese por el mundo a costa de millones de muertos, el genocidio de pueblos enteros, la erradicación de culturas milenarias y muchas otras atrocidades del estilo. Un Dios que combate el socialismo en todo el mundo. Un Dios más cercano al fascismo que a cualquier tipo de humanismo. Un Dios que debe ser muy sádico para permitir que su nombre haya sido mancillado así por quienes continuamente lo usan para permitir que el hombre siga siendo explotado por el hombre. El Dios de los mercaderes del templo. Y a eso Dios, y a esa Iglesia, ni la quiero, ni la tolero: me da asco. Ni el mismísimo demonio me daría tanto asco.
Así que lo repito: que se callen, que se callen de una puta vez. Que no hablen más. Que se encierren en sus monasterios y recen, si eso les pone. Que se reúnan cada día en sus templos y se coman las orejas los unos a los otros, diciéndose a cada momento lo buenos que son y lo bien que lo hacen, a la par de comentar con saña el castigo divino que nos tocará sufrir a cada uno de los pecadores que no creímos en ellos. Que hagan los que les dé la gana. Que no aborten, que no follen antes del matrimonio, que no usen condones, que no apliquen la eutanasia a sus familiares terminales si no quieren, que no investiguen con células madres, que no se hagan pajas, que no se rocen el sexo con personas de su mismo ídem, que se aprendan de memoria el catecismo, el nuevo testamento y cada uno de los muchos libros del antiguo. Me importa un bledo. Allá cada cual. Son libres de hacerse con su capa un sayo. Pero a los demás, a los que no los soportamos, a los que no los aguantamos, que nos dejen en paz. Que ya está bien de tanta mierda. Que se callen de una puta vez.
Por todas esas personas que han vivido traumatizadas a consecuencia de las amenazas coercitivo-existenciales que implica la noción misma de pecado. Por todas esas personas que murieron en hogueras, o, peor aún, que tuvieron que vivir con el estigma del pecador y la exclusión social que ello acarreaba sobre sus espaldas, siendo tratados como apestados, como extranjeros en sus propias tierras. Por los niños y niñas con deficiencias que fueron ocultos y encerrados en vida por ser considerados no aptos para la sociedad según el mandato de ese mismo Dios que ahora nos habla de amor a la vida. Por todos ellos y por muchos más, que se callen, que no vuelvan a abrir la boca en su puta vida más allá de sus ámbitos privados específicos.
La última de estos liberticidas funcionales, de estos amorales sistémicos, tiene que ver con una reciente sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Resulta que dicho tribunal ha creído oportuno dar la razón a una madre italiana que reclamaba la retirada de los crucifijos en los colegios públicos italianos. Claro, el Vaticano y su caverna han montado en cólera. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Sacar la cruz del lugar donde los niños y niñas se pueden formar como personas con capacidad para el pensamiento autónomo. Porque, obviamente, el Estado no tiene derecho a inmiscuirse en la educación moral de los niños/as, tal cual dijeron con el asunto de la tan traída y llevada Educación para la ciudadanía, pero la Iglesia tiene todo el derecho del mundo a estar presente de manera permanente en la misma, aunque sólo sea mediante el simbolismo publicitario que representa la cruz. Porque cada cual es libre de elegir o no la educación religiosa que quiera tener, pero con la cruz por delante aunque los alumnos –y sus padres- sean ateos, agnósticos, musulmanes, mormones, judíos, budistas o seguidores de la secta de los Abelonarios. Porque ya no sirve con que Dios esté en todos sitios metafísicamente hablando, sino que tiene que estar también de modo permanente y obligatorio en las escuelas. Porque un niño no puede crecer sin tener a Dios en su vida, aunque sólo sea, si es que sus padre son unos desviados de la vida, mediante una cruz en su aula.
Y dice el portavoz de la Conferencia Episcopal Española que quitar la cruz de las escuelas es un ataque a la libertad. Que la cruz es un símbolo de libertad, un símbolo que representa a unas creencias que respetan y valoran la vida del ser humano desde su nacimiento hasta la muerte. Que es muy triste querer recluir a la religión al ámbito privado a través de una sentencia “injusta y discriminatoria”. Pero se equivoca monseñor de cabo a rabo, para millones de personas en todo el mundo la cruz no es símbolo de libertad sino de opresión. No es símbolo de vida, sino de muerte. Su retiro no es algo triste, sino gozoso. Y la sentencia no es antidiscriminatoria, sino todo lo contrario: viene a corregir la discriminación, mediante el ataque a la libertad religiosa y a la laicidad del Estado, que supone la cruz en las escuelas.
Porque la cruz representa para esos millones de personas el mismo símbolo que llevaban colgando de sus hábitos los inquisidores, el mismo símbolo que esgrimían desde el Vaticano mientras miraban para otro lado con los crímenes del nazismo, el mismo símbolo que sacaba bajo palio a dictadores y el mismo símbolo que bendijo guerras y golpes de Estado contra luchadores por la libertad en el mundo entero. El mismo símbolo que adoraban y argumentaban como base de su poder señores de la talla de Franco o Pinochet, y tantos, tantísimos otros. La misma cruz con la que la élite eclesial hondureña ha bendecido el Golpe de Estado fascista que ha causado ya decenas de muertos, miles de torturados, centenares de detenidos políticos y otros actos de “amor a la vida” en el país a causa de la represión. El mismo símbolo en nombre del cual se ha perseguido y castigado a toda una corriente teológica que no optó por el sometimiento a los poderosos sino por el amor por el prójimo y el apoyo a los más necesitados del planeta, desde el análisis necesariamente político que un hecho así requiere. El mismo símbolo con el que ciertos personajes se daban abrazos con el dictador Pedro Carmona tras el golpe de Estado en Venezuela en 2002, o el mismo símbolo con el que las élite eclesiales bolivianas bendicen el racismo y la violencia opositora de los comandos fascistas de la “media luna”. Todo ello aquí, hoy mismo, en pleno siglo XXI. ¿Y todavía quieren que permitamos a nuestros hijos tener que pasar cada día seis o siete horas de sus vidas frente a un símbolo tan endemoniado?
No, no lo permitimos. Igual que ustedes no permitirían que pusiésemos una foto de Marx, de Mao, de Lenin o del Ché en cada una de sus Iglesias. Porque sus Iglesias son suyas y en ellas hacen lo que les da la gana. Nosotros igual: ciudadanos de un Estado Aconfesional, con creencias diversas, o directamente sin creencias. El espacio público es nuestro. Y no os queremos en él.
Desde aquellos años en que hicimos la revolución ilustrada para que sacaran sus sucias manos de nuestros Estados y de nuestras consciencias, el espacio público es de los ciudadanos. Lo hemos conquistado con muchos años de lucha. Nadie debería impedir que cualquier niño o niña lleve a clase el símbolo religioso que más le plazca, de manera individual. Un velo, una cruz, una virgen, lo que quiera. Es su libertad, y la de sus padres. Eso es parte del derecho a la libertad religiosa y de consciencia, como el abortar o no abortar, el follar o no follar. Pero querer imponer su derecho a la libertad religiosa frente al derecho a la libertad religiosa de quien no procese esa religión, es intolerable. No lo vamos a aceptar jamás. Es un espacio que nos pertenece, es nuestro. Ustedes solo entarán en él con nuestro permiso.
Eso sí, siempre podemos llegar a un pacto. Aceptamos sus crucifijos en las escuelas si a cambios ustedes colocan una foto de Marx en cada una de sus Iglesias. ¿Aceptan el pacto?
http://lacolumnadehonrubia.blogspot.com/
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